el cerezo de georges washington

Todos recordamos la historia de Pinocho, el muñeco de madera al que le crecía la nariz cada vez que decía una mentira. Como la mayoría de cuentos infantiles, encierra una moraleja, una enseñanza para los más pequeños que, en este caso, consistía en que no debemos mentir. Pues resulta que los norteamericanos tienen a su Pinocho particular, que en esta ocasión tiene un protagonista real, como es el caso del que fuera el primer presidente de los Estados Unidos, Georges Washington. Os vamos a explicar la historia El cerezo de Georges Washington.

El cerezo de Georges Washington ¿una historia real?

Los hechos en cuestión no sucedieron en realidad aunque podrían haber sucedido. Se la saben de memoria todos los niños de los Estados Unidos. Fue una invención de uno de los primeros biógrafos de Washington, que compaginó labores tan distintas como la de ministro itinerante y librero y que se llamaba Mason Locke Weems.

El cerezo de Georges Washington. Érase una vez…       

La historia es la siguiente: A Georges Washington niño –debería tener entonces unos seis años– le regalaron un hacha. Ahora nos parece un disparate, pero en aquella época (siglo XVIII) era un regalo que recibían muchos niños pequeños, con la que disfrutaban jugando cortando matorrales, no luchando entre ellos.

Una mañana, mientras el pequeño iba cortando todo lo que se cruzaba en su camino, se detuvo ante un magnífico cerezo que había plantado antaño su padre y del que estaba muy orgulloso, y no sólo eso, sino que viendo cómo crecía de manera espectacular, había informado a sus trabajadores que lo cuidaran con el mayor esmero y mimo posible.

El niño, sin pensar, intentó hacerle un corte al tronco del árbol con su hacha. El pequeño George no calculó bien la fuerza y arrancó una parte de la corteza del árbol. Se marchó suponiendo que tal vez no había hecho bien, pero en aquel momento no le dio más importancia.

Unos días después, su padre durante un paseo se acercó a observar su árbol preferido y descubrió lo que le había pasado. No se lo podría creer y volvió rápidamente a su casa para preguntar a todos los que convivían con él para interrogarles, al mismo tiempo que exigía saber quién era la persona que había dañado su querido cerezo.

Washington padre estaba furioso, pero nadie era capaz de poder explicarle nada de lo que había sucedido. En éstas, el pequeño Georges entra en su casa distraídamente con el hacha en la mano y se encuentra de golpe con esta desagradable situación. Su padre se fija en la herramienta y mirándole fijamente a los ojos le hace la pregunta:

– Georges, ¿sabes quién ha dañado a mi hermoso cerezo?

El pequeño se quedó petrificado, tembló porque sabía que no había obrado bien y que su error le acarrearía un justo castigo, pero antes de responder se recuperó, cogió aire y dijo:

– ¡No puedo mentir, padre, sabes que no puedo! Lo corté con mi pequeña hacha.

La valentía del niño hizo que la ira desapareciera de la cara de su padre, quien tomó al niño con ternura entre sus brazos, al mismo tiempo que exclamaba:

– ¡Hijo mío, no tengas nunca miedo de decir la verdad porque para mí es más importante que mil árboles, aunque estos tuvieran flores de plata y hojas de oro! Prefiero que seas valiente y que siempre digas la verdad antes de tener un huerto con miles de cerezas.

Georges Washington nunca olvidó aquella lección sobre la sinceridad y cuando llegó al final de su vida continuaba siendo tan igual de honesto y valiente como cuando había sido niño.

 

¿Sabías que…?

  • Además de ser el primer presidente de los Estados Unidos, Washington está considerado como uno de los padres fundadores, junto con John Adams, Benjamin Franklin, Alexander Hamilton, John Jay, Thomas Jefferson y James Madison.
  • Os citaremos tres ejemplos de la proyección de George Washington en la historia norteamericana y la importancia que representa: la capital de los Estados Unidos y el estado más noroccidental llevan su nombre, y en los billetes de un dólar se puede ver su retrato. De hecho, el diseño del billete no ha cambiado desde casi un siglo (1928), aunque lógicamente se han incorporado más mecanismos de seguridad para evitar su falsificación.